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Por: Lúdico Ognimod

Los micro esclavos, constituían el mayor número de individuos en este viciado régimen, se les permitía ver por un solo ojo y, algunos colores estaban suprimidos del medio espectro visual, cada uno debía subsistir con una dosis de aire para respirar (sabiamente racionado) al mes. Veneraban con estricta devoción al amo mayor, solían desdoblarse en loas durante los actos de culto, los cuales eran de carácter obligatorio, prioritario y consecuentes. Eran los responsables de ejecutar los edictos de la muerte, los cuales transmitía el amo mayor, a uno de los sub amos, materializando su omnipresencia en el cuerpo de insignificantes aves voladoras, cuyos cantos, eran traducidos al idioma oficial al pie de la letra gracias, a la sabiduría, que desde hacia tiempo, era lo único que se podía heredar, suprimiendo así, la nociva costumbre de conocimiento por cultivación del intelecto que tanto daño le ha hecho al pueblo y al mismo tiempo, decapita esas odiosas presunciones pequeño burguesa como es la cognición.
Antes de cada actividad de orden fisiológica, era obligatorio (y además necesario) entonar los himnos de gratitud compuestos en honor al amo mayor, quien según los súper esclavos, fue quien popularizo por medio de leyes justas y acertadas una facultad, que antes de él, sólo era privilegio de algunas castas.
En medio de la lisonja por lo absurdo, en que aprendieron a vivir los esclavos, algo se calculó mal, o se midió con instrumentos erráticos. El miedo mutó en inconformidad y la sangre en el ojo autorizado para mirar, obligó, a abrir el otro ojo y ver de frente, al micro esclavos, de frente (literalmente), apuntando armas homicidas, con la “sana” intención de matar: profilácticamente.
Cuando los destellos del fogonazo, por el efecto de reflexión dejaron ver la claridad, sublime y realmente suprema que irradia la libertad, era tarde, la bala ya había penetrado al claustro de su conciencia.